Hermes bajó y dijo:
La verdad de las historias que estoy a punto de narrar está respaldada por mi calidad de Dios que me impide mentir. Aviso, los personajes que participan en cada uno de estos relatos han sido vistos por pocos hombres y sus mitos se han transmitido en las ciudades griegas de generación en generación. Es mi deber informarles acerca de estas desdichadas bestias, sean precavidos y no las tomen a la ligera porque corren el riesgo de encontrarlas y llegar a hundirse en melancolía.
El orden de las historias irá desde la bestia menos triste hasta la más desalentadora, pero no se confíen. Se los digo yo, Hermes.
Así que, pueblo mío, les concedo mi palabra como ruta de sabiduría. Sepan hacer uso de esta y eviten caer en muchos escenarios relacionados con la soledad del hombre sobre los que los Dioses me han advertido.
Thálassa
En lo más profundo de la tierra, donde nadie imaginaría que se diera vida, nació una mandrágora llamada Thálassa perteneciente al huerto de la diosa Roz. Esta última, su madre, estimaba mucho a su creación y procuraba siempre su bienestar. Sin embargo, repentinamente y sin explicación, la diosa cambió de actitud, y esos cuidados y aprecio desaparecieron, transformándose en resentimiento. Los hermanos de Thálassa, en vista del incomprensible e inesperado cambio de su madre, tomaron la tarea de consolarla, mas no tuvieron éxito; por lo que la tristeza de Thálassa, más que menguar, endureció.
Una tarde, mientras Thálassa realizaba sus tareas, vio un gato negro en las inmediaciones del jardín y decidió perseguirlo, lo que encolerizó a la diosa Roz de tal manera que tomó y a su hija y la arrancó del suelo, haciendo que lanzara uno de los gritos con mayor angustia y tristeza que jamás habíanse escuchado.
El gato negro la encontró desolada y la acogió bajo sus cuidados, pero otorgándole la posibilidad de protegerse mediante el poder de envenenar mortalmente a cualquier ser al éste tocar sus raíces.
Michanikós Anagenniménos
En los inicios de los tiempos, los Dioses accedían a unos segundos Campos Elíseos para descansar en la dicha plena. En ellos habitaban Deméter, Perséfone, Hécate, y Cronos; gobernador de esta tierra sangrada. Cuentan las ninfas que este último raptó un huevo de mantícora del Olimpo en venganza de su hijo Zeus. En el momento que se rompió el cascarón, Cronos bautizó a la bestia como Anagenniménos, debido a toda la prosperidad que le traería al pueblo. La pequeña bestia tenía muchos dones físicos, podía volar, escupir bolas de fuego, romper troncos y alejar a los insectos con su cola venenosa.
Una mañana lluviosa, Anagenniménos fue raptado por Zeus quien regaló a la criatura a los entes de la Isla de la Utopía. Cuando hubieron aceptado el presente, los entes modificaron el cuerpo de la mantícora; añadieron poleas, ruedas mecánicas dentadas, palas, etc., también reconfiguraron su mente con sus avances científicos para que olvidara su pasado.
En esa civilización los nombres pasaban a segundo plano, porque todo era concebido con un número, sin embargo, después de seis meses el ejército nombró Michanikós a quien antes era Anagenniménos, debido a que este ser les resultaba diferente al resto de los habitantes. Ahora sus días consistían en permanecer exiliado en las pirámides de las utopías; el templo de los entes en los que se realizaban inventos, experimentos, convenios, tratados, etc. En ciertas ocasiones, acompañaba al ejército para deberes impuestos por el gobierno.
Michanikós creía que sus noches eran su vida y sus días una interminable pesadilla. Al dormir en el piso 0 de la pirámide, creaba historias donde aparecían aquellos seres que le vieron nacer, para los que no era una máquina, sino parte de su familia. Al final, su maldición, era él mismo. Michanikós era el enemigo de Anagenniménos. Después de todo, aquella civilización avanzada solo era un porvenir arcaico, mientras que Anagenniménos era la ensoñación de Michanikós.
Kardiá
Apolo, después de ser rechazo por Dafne, no podía más con el dolor, era un dolor agudo, punzante que no lo dejaba pensar ni hacer sus tareas. Tanta fue su desesperación que un día se arrancó del pecho el corazón, pensando que de esa manera su agonía acabaría, una vez realizada la atrocidad, lanzó su corazón por el acantilado. Kardiá miró por última vez a su creador, estaba muy confundido; ¿por qué lo había arrancado sin más? A él que lo había mantenido con vida y bombeaba su sangre todos los días; a él, que siempre estuvo con él desde el principio de sus días. Se sentía traicionado y completamente destrozado, solo esperaba que al caer golpeara con las rocas gracias a las inmensas olas y acabara su agonía de inmediato. Sin embargo, Poseidón, que conoce y sabe todo lo que entra al mar, se percató de que algo extraño estaba cayendo. Estaba acostumbrado a ver caer hombres, dioses, criaturas, bestias, pero jamás había visto un corazón. Poseidón detuvo el oleaje por un momento, sostuvo al órgano en sus manos, el cual tenía el olor de Apolo y algunos rasguños de las flechas que utilizaba. Posteriormente le otorgó un cuerpo que encontró por ahí, puso el ojo de las Moiras sobre él y lo lanzó fuera del agua.
Kardiá no podía recordar su pasado, lo único que guardaba de este era el inmenso dolor que le habían provocado, se dispuso a robar corazones para poder mantener su dolor vivo; cada corazón roto pertenece a Kardiá. En su espalda, tenía un manto donde se podían observar las desdichadas almas a las cuales les había robado el corazón. Era uno de los tantos dones que poseía, al igual que poder ver el futuro. De esta manera Kardiá podía saber cuándo y cómo sería atacado, muchos hombres murieron al tratar de enfrentarlo sin saber que desde antes que nacieran Kardiá sabía sus intenciones. Y, al igual que las moiras, cortaba el hilo de la vida de un mortal y lo enviaba a su manto, donde vagaban hasta el fin de los tiempos.
Kardiá no actuaba por ningún mandato de algún Dios, solo vagaba por la tierra con su hambre de corazones rotos, vacíos, a la deriva; y manteniendo lo único de su pasado con él, dolor.
El origen de Thánatos sto Vlemma
Poco después de que la Atlántida, antigua ciudad más poderosa de Grecia, perdiera su hegemonía y parte de su poder en una batalla encarnizada que vivió contra la naciente ciudad de Atenas, los atlantes creyeron haber sufrido la peor vergüenza que pudiérase sufrir, y pusieron marcha a su venganza. Mas, de forma imprevisible y simultánea, se vieron víctimas de dos desastres naturales de magnitudes colosales: un terremoto y una tormenta sin igual. Esto no sólo sumió en la miseria al pueblo ateniense, lo desapareció en las profundidades del mar acabando con la vida de todos y cada uno de los habitantes. De los cuerpos inflamados y la sangre coagulada nació un ser conocido como Thánatos sto Vlemma, ente que cargaba con sentimientos de soledad, rencor y odio que no podía explicar, además de una profunda necesidad de buscar algo que perdió y encontrar más seres como él con quiénes abolir su soledad. Por desgracia, el neonato cargaba una maldición que daba muerte a cualquier ser vivo que osara mirarlo a los ojos, por lo que reunir iguales le sería imposible. Debido a esto, Thánatos sto Vlemma estaba condenado a pasar toda su existencia en miserable y agonizante soledad.
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